Las autoridades de Beijing solicitaron a los restaurantes de la ciudad que no vendiesen carne de perro o de gato durante los Juegos Olímpicos 2008. Tras los juegos, el consumo de este tipo de animales disminuyó y hoy día apenas quedan en la propia ciudad unos pocos lugares que sirven este tipo de carne. El mercado de Dong Hua Men, situado en el centro de Beijing, es uno de estos sitios. Encontramos dos puestos que nos ofrecen carne de perro mientras nos dicen, en inglés, “perro perro”. Otro dependiente nos enseña el preparado de carne de gato con harina a la vez que imita los maullidos de un gato.
Llegamos con nuestro traductor hasta la alrededor de las 8 de la mañana. Hemos quedado en Jining, no muy lejos de la granja. Los tipos con los que hemos quedado nos esperan en un coche y les seguimos hasta la granja situada a las afueras de la ciudad. Una vez en la granja, nos llevan a un despacho donde hablamos de negocios durante casi una hora. Les hacemos creer que les compraremos una gran cantidad de perros cada semana para procesar en nuestra nueva planta cárnica en Guangzhou. Nos aseguran que pueden proporcionarnos la cantidad de perros que necesitemos.
Les convencemos para que nos muestren las instalaciones y la situación de los animales pues necesitamos conocer bien a quienes van a ser a nuestros proveedores.
Vemos al menos dos naves, una de ellas tiene unos diez perros grandes separados en cheniles. En la entrada de una de ellas tienen un cubo con harina. Es toda la comida que les dan. Son los adultos utilizados para criar. Vemos samoyedos, galgos, alaskan malamutes y perros mestizos con ascendientes de american stanford, pastores alemanes y shiba inu. Parece que llevan mucho tiempo encerrados y no paran de ladrarnos. Muchos de ellos buscan nuestro afecto mientras que otros ladran nerviosamente. Uno de los perros, parecido a un pastor alemán, está visiblemente herido en las patas traseras e incapaz de levantarse, ni siquiera puede arrastrarse y nos mira con interés. Otro perro lleva todavía alrededor de su cuello el collar que le puso su anterior familia. Estos perros han sido robados a familias de la zona.
Gracias a estas evidencias y a las conversaciones que mantenemos con nuestro traductor, ahora sabemos que esta banda tiene a criminales a su cargo que se dedican a robar perros de familias y cogerlos de las calles. Preguntados directamente sobre su capacidad para proporcionarnos la cantidad semanal de perros que requerimos nos confirman que, si hace falta, harán batidas por la región en busca de perros callejeros. Ellos mismos se encargarán también de enviárnoslos.
En la otra nave hay aproximadamente 150 cachorros de apenas unas pocas semanas de vida. Observamos en el suelo varias jaulas de alambre con cachorros hacinados en su interior. Son jaulas de aproximadamente 80 cm de largo por 40 cm de altura y 20 cm de alto. Llegamos a contar hasta 13 crías por cada jaula. Nos comentan que estos cachorros son vendidos a las tres semanas de vida a otra granja donde los engordan hasta que tienen el peso adecuado y, o bien los matan en la propia granja –a cuchilladas, sin siquiera aturdirlos previamente tal y como nos explican– o los transportan en camión a alguno de los mataderos con los que hacen tratos.
Uno de nosotros, acompañado por el traductor, entretiene a los granjeros con un sinfin de preguntas. Mientras tanto otro compañero aprovecha para grabar todo lo que puede. Antes de irnos volvemos a insistir en echar otro vistazo. Sentimos que estamos arriesgando mucho al exigir y forzar la situación para poder grabar más pero pensamos ahora que hemos conseguido infiltrarnos entre esta banda y llegar hasta aquí tenemos que asegurarnos de que tenemos suficiente material. No podemos irnos sin ello.
Los granjeros no parecen sospechar nada. De todos modos, los dos investigadores hemos acordado una serie de palabras clave que, una vez pronunciadas por alguno de nosotros, nos permitirá comunicarnos el grado de riesgo de la situación y actuar acordemente. Una de ellas nos servirá para decirnos que debemos huir inmediatamente, sin esperar ni un instante.
Antes de venir a China contactamos con varios activistas que habían investigado este negocio en el pasado. Uno de ellos, el más experimentado, nos dijo que había dejado de investigar estos lugares hace varios años. Era demasiado peligroso. Nos advirtió de que podríamos acabar apuñalados y tirados en una cuneta. Cuando estamos en esta granja situada en medio de ninguna parte, recuerdo sus palabras y trato de mantener la calma y actuar tal y como exige nuestra coartada. Seguir adelante. Es nuestra única posibilidad.
Ayer visitamos una granja en Jining y uno de los responsables de la misma se ha ofrecido a ser nuestro intermediario en la zona. Nos deja claro que, si queremos comprar perros en esa zona, él se llevará una parte de cada venta. Le insistimos en que queremos ver otras granjas de la región así que hoy nos lleva a una granja en Jiaxiang. En la entrada de esta granja hay un enorme mural con fotografías de los perros que crían a modo de catálogo. A su lado encontramos una única jaula con nueve cachorros, acurrucados sobre el alambre y los excrementos. Están expuestos como muestra de los productos que nos pueden ofrecer. El dueño coge a uno de ellos y nos lo muestra a la cámara.
A través de una verja observamos los cheniles donde mantienen perros grandes para carne pueden criarlos hasta que lleguen a los 90 kilos en aproximadamente 5 meses. Aunque su “producción” es de unos 80 perros a la semana, ellos también nos aseguran que pueden vendernos la cantidad de perros que queramos.
Nos despedimos acordando que volveremos a contactar con ellos.
Tras la visita a las granjas de Jining y Jiaxiang hemos decidido viajar a Wuhan. Dos activistas locales nos acompañan hasta un mercado donde hay un negocio de venta de animales exóticos. Tienen una gran cantidad de animales vivos enjaulados como ciervos, caimanes, conejos, mapaches, erizos, un puercoespín, faisanes, burros y ocas. Divididos en dos jaulas tienen quince perros, todos ellos cachorros de apenas un par de meses de vida. Los perros están sucios y sobre sus propios excrementos. No sabemos cuánto tiempo llevan ahí. Sobre una jaula hay unas tenazas grandes que usan para cogerlos por el cuello y sacarlos sin riesgo a ser mordidos. Observamos que esa misma mañana han matado al menos un perro porque su piel yace sobre una de las jaulas. En uno de los cestos vemos el cráneo de un perro que ha sido quemado. A pesar de pasar varias horas vigilando el puesto, esa mañana no venden ningún otro perro. Nos dicen que en Abril el consumo de carne de perro es muy bajo y que en invierno es la mejor época para ellos.
Son alrededor de las 2 de la noche. Entramos en el mercado acompañados de un activista local y tratando de que los guardias de seguridad no se fijen en nosotros. Los occidentales llamamos la atención en todos los sitios a los que vayamos. En la entrada un cartel recuerda que no se puede entrar con cámaras. Los tres llevamos cámaras ocultas con nosotros y tenemos la determinación de grabar cómo descargan a los perros y gatos de los camiones en que los transportan. Cada noche llegan a este mercado varios camiones de gran tamaño cargados con cientos de perros y gatos provenientes de otras regiones de China. Algunos de estos animales han viajado durante más de veinticuatro horas por miles de kilómetros, sin comer ni beber y asustados. Los trabajadores del mercado se agolpan alrededor de un camión y nosotros nos metemos entre ellos con naturalidad. Sonreimos e incluso pronunciamos algunas pocas palabras en chino. Los trabajadores, apurados por las prisas, nos ignoran y permiten presenciar su trabajo.
En un momento uno de nosotros se mete en el chenil donde están todos los perros y graba desde dentro la descarga de los animales. Los animales son lanzados con fuerza y, a pesar de sus heridas y mal estado, ninguno ladra. Suponemos que es por el miedo o porque, quizás, les hayan cortado las cuerdas vocales. Ya tenemos las imágenes que queríamos.
Al cabo de media hora aparecen los vigilantes de seguridad y nos increpan. Quieren saber si llevamos cámaras con nosotros. Nuestro contacto local habla con ellos y mientras tanto nosotros los ignoramos y tratamos de actuar con normalidad. Son momentos de gran tensión pues estamos totalmente rodeados por estos tipos. Ellos ganan grandes cantidades de dinero con este negocio y saben que hay personas, como nosotros, que tratan de acabar con todo ello. Quizás estén ahora mismo valorando si no somos nosotros también de ese tipo de gente. Decidimos irnos antes de que la situación se complique aún más.
Recorremos los alrededores del mercado por la mañan y encontramos, sorprendidos, alrededor de doce crías de gato aplastadas. Algunas han sido aplastadas con tanta fuerza que nos cuesta reconocerlas. Deducimos que estas crías nacieron en las jaulas en las que eran transportadas sus madres dentro de los camiones y murieron aplastadas esta misma tarde al ser lanzados contra el suelo. Seguramente otras jaulas, cargadas con otros gatos, cayeron encima de ellas. Encontramos esto en dos zonas. Cuando estamos grabando en la entrada del nuevo mercado de Los Tres Pájaros, se aproximan dos vigilantes de seguridad en motocicleta. Tratan de intimidarnos para que dejemos de grabar pero sabemos que no tienen ninguna autoridad así que les ignoramos y finalmente se van.
Unas horas más tarde volvemos a la zona y vigilamos el mercado durante tres horas. Alrededor de las siete de la tarde observamos que un camión de tamaño mediano cargado con conejos se para cerca de la entrada secundaria del mercado, bajo un puente de una carretera. Apostados a unos cien metros de distancia y gracias al zoom de la cámara, podemos descubrir que estos transportistas llevan más de cien perros en su camión, ocultados entre las jaulas de conejos. Grabamos durante unos minutos cómo lanzan las jaulas desde lo alto del camión hasta que decidimos acercarnos. Subimos hasta la carretera y, agazapados, llegamos a colocarnos justo encima de ellos sin que nos vean. Empezamos a grabar y fotografiar cómo descargan a los animales sin apenas poder mirar por el visor para no ser descubiertos. Los animales, hacinados en las jaulas, están aterrorizados y apenas pueden moverse. Debido al tamaño de las jaulas, tienen que permanecer todo el tiempo tumbados mientras son lanzados desde el camión contra el suelo. Podemos escuchar los chillidos de dolor de los perros cuando impactan contra el suelo. Son los chillidos de los huesos partidos, las contusiones y las heridas abiertas… Una vez en el suelo, son apilados y pesados y trasladados a una camioneta que, suponemos, los llevará a los mataderos de la zona.
Tras casi veinte minutos grabando, los transportistas se dan cuenta de nuestra presencia y empiezan a gritarnos. Los vigilantes de seguridad del mercado aparecen montados en motocicletas y empiezan a perseguirnos –aunque no hemos hecho nada ilegal–. Esta vez no parecen estar dispuestos a dejarnos ir. Mientras unos tipos se dirigen hacia la subida que lleva al puente donde estamos. Al cabo de lo que parece una eternidad corriendo entre los callejones del barrio, nos pierden la pista y dejan de seguirnos mientras nosotros llegamos al hotel.
Nos acercamos a un contenedor cercano al mercado y encontramos una gran cantidad de pelo de perros. Sabemos que en algunas zonas de China a los perros recién matados les quitan el pelo (como en otros países se hace con los cerdos por ejemplo), así que este hallazgo nos indica que hay un matadero de perros muy cerca. Una de las activistas locales que nos acompaña nos indica un lugar con una gran valla metálica que parece ser el lugar que buscamos. Inspeccionamos la parte trasera subiéndonos al muro y vemos lo que parece ser un matadero clandestino. Acordamos con la activista que nos acompaña que contactaremos a las autoridades para conseguir el cierre de este lugar.
Son las cuatro y media de la madrugada. Apenas hemos dormido dos horas pero queremos aprovechar al máximo este viaje. Vamos hacia los puestos de venta de perros y gatos del mercado nuevo de Los Tres Pájaros. Pasamos delante del vigilante de seguridad que, adormilado, parece no darse cuenta de nuestra presencia. No hay nadie alrededor, parece que es una de esas horas muertas en que todavía no han llegado los clientes. Aprovechamos para grabar a los perros y gatos que nos observan con cierto temor. Uno de los perros está herido y cojea visiblemente. Otro, con el collar todavía alrededor de su cuello, se acerca a los barrotes de la jaula buscándonos. De cuando en cuando alguien aparece y nos mira con curiosidad y cierta preocupación. Seguimos documentando la situación de los animales y, al cabo de una hora, cuando empiezan a aparecer el resto de vendedores decidimos abandonar el lugar.
Gracias a la información proporcionada por activistas locales sabemos que en esta ciudad hay al menos un matadero de perros y sospechamos que puede haber más. Decidimos indagar preguntando a los taxistas locales que son quienes, al fin y al cabo, conocen perfectamente la zona. Finalmente uno de ellos nos lleva hasta un barrio en el que hay un matadero . Este matadero está situado a escasos metros de un edificio de viviendas. Los niños pasan con sus mochilas por delante, rumbo a sus colegios.
Tras varias horas de trabar amistad con los vecinos del barrio y del matarife, le convencemos para que nos permita grabarle ese día. Sin previo aviso, entra en el edificio y cierra la puerta tras de sí. No podemos seguirle pero sabemos lo que va a suceder. Entra en la habitación donde tiene encerrados a los perros con un palo en una mano y una tenaza en la otra. Grabamos por el hueco que queda por encima de la puerta cómo golpea a uno de los perros. Un golpe seco. Dos. Tres. Abre la puerta y arrastra consigo a un perro de color canela. El perro está paralizado pero sigue vivo. El matarife, con tranquilidad y mientras nos sonríe, coge un cuchillo, pisa al perro y le clava un cuchillo en el cuello. La sangre empieza a salir a borbotones. El matarife le coge por las patas traseras y le cuelga boca abajo mientras el perro se desangra. Al cabo de unos segundos lo tira al suelo. El perro respira con gran dificultad, no tiene fuerzas para más. Tardará casi cuatro minutos en que sus ojos se vuelvan vidriosos.
El matarife vuelve a adentrarse en el edificio y trata de cerrar nuevamente la puerta tras de sí solo que esta vez estamos preparados para seguirle de cerca y nos metemos con él a pesar de sus quejas. Cierra la puerta nuevamente y abre la siguiente en la que se encuentran los perros. Nosotros tratamos de movernos y documentar lo que sucede sin asustar más a los perros. Vemos que no tienen agua ni comida y que el suelo es una masa de excrementos maloliente. Ellos tratan de no mirarle a la cara… ni se mueven. Parece que tratan de no llamar la atención sobre sí mismos. Saben lo que va a suceder. Lo han visto antes y ninguno quiere ser el siguiente. El matarife ronda la habitación observándolos, valorando para sus adentros a cuál elegir, cuál tiene el peso que él busca para el cliente de hoy. Finalmente coge a uno por el cuello y le golpea en la cabeza varias veces. Lo arrastra y lo acuchilla al lado del sumidero del matadero, en plena calle. Un niño se acerca atraído por nuestra presencia y juega con su pelota alrededor con total normalidad. El proceso se repite con varios animales más. Otro niño, mayor que el anterior, se acerca al matadero y observa la situación. Mira a los perros agonizando y desangrándose ante sus ojos. Su expresión nos indica que está cuestionándose lo que ve.